Bueno, la verdad es que elegimos este tema porque, nada, es algo muy común entre la gente, ¿me entendés? En la charla cotidiana, repetimos, fundamentalmente, palabras. Nada, alguien las apodó muletillas porque, eeeeh, vienen a ser, digamos, muletas del idioma. Bueno, eso quiere decir, de algún modo, que son rengueras de la lengua hablada. Es como que puede haber un problema de inseguridad, esteee, entonces, es como que necesitamos -bueno, no yo, sino las que las usan- darnos coraje enfatizando, nada, o fundamentalmente repitiendo para ser mejor comprendido, ¿se entiende? Nada, estos bastones -no son esos largos que esteee, aporrean ideologías- también nos permiten, digamos, llenar silencios o mantener el interés, nada, repito la idea por si no quedó claro, es como si se apelara a la complicidad del interlocutor, vaya uno… Algunos prefieren decirle latiguillos, bueno, quizás porque se azota con ellos la espalda de la palabra, ¿no es cierto? También le dicen redundancia porque, fundamentalmente, repite innecesariamente una palabra o un concepto, bueno, estee… pero digamos que no modifica el significado del discurso. Hay quienes hablan de indecisiones lingüísticas o tal vez, bueno, quién sabe, capaz que son inconscientes.


O sea que otros las consideran un vicio, nada, claro, si es así, es como si los que las practican fueran viciosos y, nada, si es un vicio de la lengua, ¿se trataría fundamentalmente de una lengua viciosa? A ver, eso sí, son bien populares porque, bueno, nada, los adopta el gran público, o democráticos porque, o sea, no respetan edades ni fundamentalmente posiciones sociales ni políticas ni monárquicas, ¿se entiende? ¿Soy claro?

A ver, casi todos emplean muletillas (docentes, médicos, músicos, plásticos, abogados, arquitectos, curas, políticos, periodistas, en fin, la gente común), ¿cuáles son las tuyas? ¿Te molestan en los otros y también en vos? ¿Cómo se las puede erradicar o debemos aceptarlas? Nada, muletillas nuestras de cada día, ¿qué haríamos sin esa media naranja? Bueno, el que diga que no ha pecado, que tire la primera muleta, ¿que no?


opiniones
Silvia Neme de Mejail
Escritora
Yo pienso que la muletilla es eso, una muleta de la cual se vale el orador porque, o bien no está seguro del tema que se trata, o bien por timidez, por temor a quedar mal, de modo que la usa para darse tiempo antes de contestar. Generalmente se dan en la oratoria. Con respecto a las mías, hasta ahora todavía nadie me hizo notar que las tengo, especialmente mis hijos que son jueces. Algunas veces molestan y es como si uno estuviera esperando que el orador las repita y piensa: “ya viene... ya viene”. Me molestan cuando se vuelven muy reiterativas, porque muchas veces desconcentran. Para erradicarlas de los otros sería preciso hacérselo notar, con mucha caridad y respeto, pero eso depende del grado de confianza que cada uno tenga con el orador. Si es una persona desconocida, sería muy difícil. No creo que debamos aceptarlas porque es una falla, es algo que en un discurso largo termina molestando. En mi caso, si alguien me hiciera notar que uso y abuso de una muletilla, procuraría mediante un ejercicio mental, evitarlas.
Juan Carlos Corral
Ingeniero industrial
Una rápida apreciación, más no por ello “la” máxima... las muletillas son de uso cotidiano porque necesitamos trasmitir un algo de la manera más cercana posible a lo que tenemos adentro. Pueden ser buscadas de forma consciente o inconsciente dado que las usamos automáticamente. La muletilla es una ayuda, una herramienta, un complemento (o suplemento, como lo quieras ver), es nuestro ser manifestando lo que puede a falta de otro resorte. En realidad, creo que todas nuestras vidas están atravesadas por muletillas de distintos órdenes: palabras, gestos, lenguaje corporal, etcétera, que nos marcan una sumatoria de ellas. Las mías apuntan fundamentalmente a la llegada del mensaje: “¿me seguís?”, “¿entendiste?”, “¿me explico?”... No sé si se las puede erradicar, sostengo que no sería bueno hacerlo, pienso que las tenemos que aceptar, pero suscribo a ese punto de vista que apunta a no darle importancia cuando se vuelven muy repetitivas: ahí sí reconozco que molestan.
Elena Acevedo de Bomba
Doctora en Letras
Resulta muy interesante observar las estrategias que los hablantes usan en la conversación; en ella confluyen elementos que tienen que ver con la manera en que se posicionan, gesticulan, miran, vocalizan, cómo hacen uso del espacio social y personal, de la “territorialidad”.  Usan también expresiones que cumplen diversas funciones,  por ejemplo, indicar que van a ordenar su exposición,  que van a continuar hablando o que van a explicar algo,  es el caso de  “digamos”, “o sea”, “a ver”. En la oralidad no se puede borrar o “tachar” lo dicho, la forma de reparar algo es seguir hablando. Durante la conversación se producen intercambios cooperativos; pero también, manifestaciones de poder  y dominación para demostrar que  se sigue haciendo uso del turno de habla.  Se usan fórmulas rituales, que por lo reiterativas, pueden resultar antipáticas al interlocutor, es el caso de “¿me entendés?”, expresión que pone en duda la capacidad del interlocutor para interpretar lo dicho. Esto demuestra que en la oralidad, y en contraste con la escritura, hay un alto grado de redundancia. Las muletillas son repeticiones frecuentes e irreflexivas. El hablante que continuamente dice “a ver” o “¿me entendés?” no necesariamente continúa la línea argumentativa precedente. A veces, es una forma de poder, de señalar “yo sigo hablando”.
Juan Carlos Di Lullo
Actor, periodista
Bueno, a ver… desde ya, debe decirse que de alguna manera es fácil ver que hay motivos poderosos que nos permiten afirmar de buenas a primeras que, bajo determinados parámetros, directamente estamos en presencia de un tema que, en su letra chica, presenta ribetes muy particulares sobre los que existen opiniones altamente calificadas que, per se, constituyen un corpus a todas luces más que frondoso; dicho esto, cabe la posibilidad de, a priori, buscar un consenso amplio acerca de los aspectos esenciales para extraer las conclusiones que permitan establecer los ejes fundamentales del problema. Ahora bien: sin temor a cometer error alguno, puedo aseverar que jamás apelé, apelo o apelaré a las poco elegantes muletillas. He dicho.
Gabriel Senanes
Músico, médico, periodista
Hay quienes necesitan muletas para los caminos y estamos los que necesitamos muletillas para los caminitos. Dicho esto, creo que además de las muletillas personales, están las muletillas profesionales. Cada profesión, quiero decir, tiene las suyas. Muletillas o frases hechas. En las tres profesiones que me ha tocado ejercer he escuchado giros o jerga o palabrajes que les son propias. Tengo para mí que entre los periodistas gana la discusión el que primero diga “periodístico” o “periodísticamente”: Ejemplo: “No, no, ¿qué decís?, eso no es periodístico”. O un  editor bajando línea a un redactor: “Mirá, creo que, periodísticamente hablando, deberías abordar el tema desde una perspectiva, etcétera”. La medicina está llena de frases hechas, y de fórmulas, claro. “Paciente masculino de 23 años que presenta un cuadro compatible con...” y lo que sigue nada tiene que ver con Picasso ni sus colegas. Pero también hay frases sabias de mis maestros que me han quedado grabadas como: “No hay una enfermedad que no pueda parecerse a cualquier otra”, “hay enfermos, no enfermedades” y “si con sopa se va curando, sopa seguile dando”. Entre los músicos hay más muletillas que frases: “mortal, loco” (nada que ver con la medicina), “me voló la cabeza” (nada que ver con el periodismo policial), “cuando tomo mucho mejoro el vibrato” (etilismo sonoro) o “no quiero matar mi espontaneidad” (excusa para no estudiar).
Opiniones

Silvia Neme de Mejail - Escritora

Yo pienso que la muletilla es eso, una muleta de la cual se vale el orador porque, o bien no está seguro del tema que se trata, o bien por timidez, por temor a quedar mal, de modo que la usa para darse tiempo antes de contestar. Generalmente se dan en la oratoria. Con respecto a las mías, hasta ahora todavía nadie me hizo notar que las tengo, especialmente mis hijos que son jueces. Algunas veces molestan y es como si uno estuviera esperando que el orador las repita y piensa: “ya viene... ya viene”. Me molestan cuando se vuelven muy reiterativas, porque muchas veces desconcentran. Para erradicarlas de los otros sería preciso hacérselo notar, con mucha caridad y respeto, pero eso depende del grado de confianza que cada uno tenga con el orador. Si es una persona desconocida, sería muy difícil. No creo que debamos aceptarlas porque es una falla, es algo que en un discurso largo termina molestando. En mi caso, si alguien me hiciera notar que uso y abuso de una muletilla, procuraría mediante un ejercicio mental, evitarlas.

Juan Carlos Corral - Ingeniero industrial

Una rápida apreciación, más no por ello “la” máxima... las muletillas son de uso cotidiano porque necesitamos trasmitir un algo de la manera más cercana posible a lo que tenemos adentro. Pueden ser buscadas de forma consciente o inconsciente dado que las usamos automáticamente. La muletilla es una ayuda, una herramienta, un complemento (o suplemento, como lo quieras ver), es nuestro ser manifestando lo que puede a falta de otro resorte. En realidad, creo que todas nuestras vidas están atravesadas por muletillas de distintos órdenes: palabras, gestos, lenguaje corporal, etcétera, que nos marcan una sumatoria de ellas. Las mías apuntan fundamentalmente a la llegada del mensaje: “¿me seguís?”, “¿entendiste?”, “¿me explico?”... No sé si se las puede erradicar, sostengo que no sería bueno hacerlo, pienso que las tenemos que aceptar, pero suscribo a ese punto de vista que apunta a no darle importancia cuando se vuelven muy repetitivas: ahí sí reconozco que molestan.

Elena Acevedo de Bomba - Doctora en Letras

Resulta muy interesante observar las estrategias que los hablantes usan en la conversación; en ella confluyen elementos que tienen que ver con la manera en que se posicionan, gesticulan, miran, vocalizan, cómo hacen uso del espacio social y personal, de la “territorialidad”.  Usan también expresiones que cumplen diversas funciones,  por ejemplo, indicar que van a ordenar su exposición,  que van a continuar hablando o que van a explicar algo,  es el caso de  “digamos”, “o sea”, “a ver”. En la oralidad no se puede borrar o “tachar” lo dicho, la forma de reparar algo es seguir hablando. Durante la conversación se producen intercambios cooperativos; pero también, manifestaciones de poder  y dominación para demostrar que  se sigue haciendo uso del turno de habla.  Se usan fórmulas rituales, que por lo reiterativas, pueden resultar antipáticas al interlocutor, es el caso de “¿me entendés?”, expresión que pone en duda la capacidad del interlocutor para interpretar lo dicho. Esto demuestra que en la oralidad, y en contraste con la escritura, hay un alto grado de redundancia. Las muletillas son repeticiones frecuentes e irreflexivas. El hablante que continuamente dice “a ver” o “¿me entendés?” no necesariamente continúa la línea argumentativa precedente. A veces, es una forma de poder, de señalar “yo sigo hablando”.

Juan Carlos Di Lullo - Actor, periodista

Bueno, a ver… desde ya, debe decirse que de alguna manera es fácil ver que hay motivos poderosos que nos permiten afirmar de buenas a primeras que, bajo determinados parámetros, directamente estamos en presencia de un tema que, en su letra chica, presenta ribetes muy particulares sobre los que existen opiniones altamente calificadas que, per se, constituyen un corpus a todas luces más que frondoso; dicho esto, cabe la posibilidad de, a priori, buscar un consenso amplio acerca de los aspectos esenciales para extraer las conclusiones que permitan establecer los ejes fundamentales del problema. Ahora bien: sin temor a cometer error alguno, puedo aseverar que jamás apelé, apelo o apelaré a las poco elegantes muletillas. He dicho.

Gabriel Senanes - Músico, médico, periodista

Hay quienes necesitan muletas para los caminos y estamos los que necesitamos muletillas para los caminitos. Dicho esto, creo que además de las muletillas personales, están las muletillas profesionales. Cada profesión, quiero decir, tiene las suyas. Muletillas o frases hechas. En las tres profesiones que me ha tocado ejercer he escuchado giros o jerga o palabrajes que les son propias. Tengo para mí que entre los periodistas gana la discusión el que primero diga “periodístico” o “periodísticamente”: Ejemplo: “No, no, ¿qué decís?, eso no es periodístico”. O un  editor bajando línea a un redactor: “Mirá, creo que, periodísticamente hablando, deberías abordar el tema desde una perspectiva, etcétera”. La medicina está llena de frases hechas, y de fórmulas, claro. “Paciente masculino de 23 años que presenta un cuadro compatible con...” y lo que sigue nada tiene que ver con Picasso ni sus colegas. Pero también hay frases sabias de mis maestros que me han quedado grabadas como: “No hay una enfermedad que no pueda parecerse a cualquier otra”, “hay enfermos, no enfermedades” y “si con sopa se va curando, sopa seguile dando”. Entre los músicos hay más muletillas que frases: “mortal, loco” (nada que ver con la medicina), “me voló la cabeza” (nada que ver con el periodismo policial), “cuando tomo mucho mejoro el vibrato” (etilismo sonoro) o “no quiero matar mi espontaneidad” (excusa para no estudiar).



PUNTO DE VISTA

Quitan fluidez a la comunicación

Silvina Douglas - Doctora en Letras

Las muletillas, con toda la carga peyorativa que pueden tener en nuestras representaciones, han sido reinterpretadas por los estudios del discurso oral. Expresiones como “bueno”, “o sea”, “digamos”, “¿no es cierto?”, “¿has visto?”, o los expletivos (términos vacíos de significado) como “eeee”, “estee”, “mm”, se describen a partir de distintas funciones comunicativas, que el contexto interactivo concreto ayuda a definir. En ese sentido, pueden funcionar como difusores del significado: es el caso de “digamos”, que atenúa el compromiso del hablante con lo dicho y que es muy frecuente escuchar de manera reiterada en una conversación. También aparecen como preguntas finales (“¿has visto?, ¿sí?, ¿no?”) con la intención de contactar al interlocutor, e incluso, con la función pragmática de ganar tiempo para la organización del propio discurso o para mantener el turno de habla. No obstante esas explicaciones, es cierto que “lo mucho cansa”, por lo que las muletillas por su empleo abundantísimo quitan fluidez y pueden interferir en la comunicación. Por eso, un ejercicio consciente de su limitación redundará en mayor conciencia lingüística, en mayor eficacia y efectividad comunicativas. Existen cruces interesantes entre la variable edad y el nivel sociocultural en el empleo de muletillas como “tipo” o “nada”, por ejemplo, usadas por adolescentes argentinos de nivel sociocultural medio-alto y que varían con el tiempo; o entre muletillas que responden a variedades lingüísticas determinadas por factores geográficos como el “che” argentino, el “vale” español, entre otros. El registro oral de la conversación, un discurso cara a cara, espontáneo o que se planifica sobre la marcha, nos enfrenta diariamente con muletillas, titubeos, reinicios. El desafío lo plantean los registros menos coloquiales, más formales o académicos. Pero esos discursos no se improvisan.


PUNTO DE VISTA

Certificados de pobreza

Osvaldo Aiziczon - Psicoanalista

Las muletillas, que exhiben más que lo que tratan de ocultar, son verdaderos certificados de pobreza de la imaginación. Constituyen vías de escape rápido frente a la ausencia de mejores recursos y, al ser respuesta a interrogantes inmediatos, utilizan formas y contenidos de dudosa procedencia. Al citar a otro trato de legitimarme asociándome a él, sin que se note, está claro, que él es mejor que yo. Como las patas de la muletilla no son nunca de igual tamaño la renguera es inevitable. Desde el clásico e incomprobable “destino de grandeza”, frase política que se traduce en un crédito ya que significa ahora no, después sí, hasta la naturalizada “vuelvo a reiterar”, redundancia que busca mayor aprobación en el segundo aplauso que en el primero. Ni hablar de la atracción casi erótica por la prolongación indefinida e interminable de la letra “e” en medio de las frases. La repetición obsesiva de un término no responde tanto a la importancia que implica, sino a la escandalosa fuga de sinónimos que padece nuestro país. Recordemos que existe la ignorancia activa. Incluye el reemplazo de la lectura por la palabra en una confusión que pone al pobre Sócrates con su “sólo sé que no se nada” en los umbrales de la consulta psicológica. Hasta no hace mucho las preguntas más peligrosas a hombres públicos eran sobre cuáles fueron sus últimos libros leídos. Las muletillas, además, son formas de ganar tiempo por parte de quienes sólo saben perderlo. También las hay místicas como la tan usada “de alguna manera” -y no de esta manera- para las cosas que restan hacer. Qué mejor para cerrar este comentario que la muletilla practicada en los velatorios: “así es la vida”.


PUNTO DE VISTA

Somos lo que hablamos

Tina Gardella - Locutora, docente en la UNSTA

Las muletillas forman parte de nuestra habla. Expresan mucho más del balbuceo repetitivo que las caracteriza. Si las palabras que elegimos nos revelan, nos hacen transparentes… las muletillas también nos sitúan y dan cuenta de quienes somos. No se trata solo de marcas disciplinares –a un locutor o a un político se le exigirá expresarse sin muletillas y menor será la exigencia para un informático-, sino de actos individuales en tanto configuración de pensamiento y lenguaje, y de actos sociales en tanto fenómeno cultural que muta palabras y sentidos. En estos dos movimientos, las personas incorporan saberes y decires no sólo como producto de su experiencia cotidiana y/o profesional, sino también como fruto de lecturas ajenas, de observaciones contextuales, de conductas y sentimientos, de sueños y fantasías. Concatenar todos estos procesos tiene una dimensión en el transcurrir del día a día y otra diferente cuando la escena es pública. Al hablar ante otros, el nivel de exposición asume en muchas ocasiones, situaciones de franca exigencia y desgaste que se mitigan… con muletillas. Mal podemos por lo tanto, enemistarnos con ellas y mucho menos fijarlas como “error”, “incorrección”, “ruido”, “pobreza de vocabulario”, “dificultades expresivas” y otras adjetivaciones que poco ayudan a ubicarlas y situarlas en nuestro derrotero público, como parte de lo que somos. Gestos, silencios, muecas, operan también como muletillas de la expresión. Pero son las “habladas” las que ayudan a revelarnos y a mostrar nuestros rasgos esenciales. Desde allí podremos tramitarlas para que salgan de nuestro ser y en lugar de ser dichas, se transformen en el puente deslizador de palabras que una tras otra, en armonía y articulación otorguen ritmo y sentido a nuestra comunicación.